martes, 10 de junio de 2014

Madurar.

Madurar no es no volver a cometer errores, es cometerlos, admitirlos, mirarlos y no avergonzarte de ellos, sino aprender. Madurar no es encontrar un grupo, sino no ser parte de uno y saber que está bien. Es comprender que da igual no tener la mayor cantidad de amigos, que es mejor que los que estén a tu alrededor de aprecien por cómo eres y no por cómo te camuflas en la sociedad. ¿De qué sirve disfrazarse, cambiar tu personalidad solo para encajar entre personas que no te quieren por ser tú? ¿Qué te da pertenecer al grupo más interesante? Nada. Madurar es comprender eso. Es mirar a la cara a las personas que te hicieron daño y no sentir nada en absoluto, es olvidarse de todo lo malo que alguna vez te hicieron y que queden en un simple pasado del que no hay que avergonzarse, pero al que tampoco hay que dejar que se convierta en un presente que vuelva a asfixiarte como hizo en su momento. Madurar es sonreírle a la vida aunque te golpee e intente arrojarte al suelo una y otra vez. Es levantarte con más fuerza por cada vez que te caes y mirar al que te tiró con una sonrisa en la cara. Madurar es, simplemente, enfrentarte a la vida y todo lo que pueda traerte sin darte nunca por vencido.

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