Bueno, con la llegada del tenebroso Halloween os dejo este relatito, que me han dicho que da un poco de "mal rollo". Espero que os guste. ¡Abrazos de parte de vuestra brujita! (Y al que comente no le convierto en ratón :3 xD)
La Dama Blanca.
Una
densa neblina cubría el bosque que guardaba el castillo del
acantilado, dando un aspecto más fantasmal, si cabe. El cielo de
hielo daba un aspecto frío al paisaje, una sensación no del todo
equivocada. El tiempo amenazaba con una nevada inminente que nunca
llegaba, motivación de más para que las oscuras sombras avanzasen a
buen paso. Los dos viajeros eran una chica y un chico que, entre los
dos, no alcanzarían los cuarenta y cinco años. Pese a ello
caminaban, lenta pero inexorablemente hacia la meta que se alzaba
burlona a metros de ellos.
-¿Y
ahora, Gonnar? No podremos subir hasta el castillo- preguntó la
joven de cabellos rojizos, ocultos bajo una capa de viaje desgastada
por el tiempo y el uso, tras llegar al pie del acantila sobre el que
se alzaba el castillo.
-No
lo sé, Rowena, pero hemos de encontrar la forma de llegar hasta
allí.
Un
tenso silencio inundó la escena, tiñendo de amargura los rostros de
ambos jóvenes. El impredecible viento golpeó los cuerpos de los
viajeros, provocándoles escalofríos y aumentando sus ganas de dar
media vuelta y volver hacia el cálido refugio que habían abandonado
hacía horas. Pero ya quedaba muy lejos, y la noche les sorprendería
antes de haber conseguido avanzar apenas dos horas. Esos pensamientos
les carcomían a ambos, pero ninguno de ellos tenían el suficiente
valor para expresar lo que ocurriría si pasaban una noche al raso.
Precisamente, estaban allí para averiguar cómo solucionar aquello.
Varios meses atrás, la hermana de Rowena, Constance, y prometida de
Gonnar, había desaparecido tras perderse en el bosque al atardecer.
Todos habían dado por supuesto que se había perdido por el bosque y
aparecería congelada por la mañana, pero nada de eso había
ocurrido. La segunda opción fueron los lobos, pero no hubo ni rastro
de un líquido escarlata, de cuerpos despedazados o de sollozos
perdidos por el bosque. Sin embargo, si hubiese sido solo ella, esto
no preocuparía a nadie. Pero no lo fue. Semanas tras semanas, chicas
jóvenes, en edad casadera, desaparecían. Esto fue algo que comenzó
a preocupar seriamente a la población pero, lo peor era que nadie
había visto a “esa cosa” así que las esperanzas de encontrarla
eran nulas. Hasta que ocurrió. Rowena estaba apilando la madera para
el invierno en el exterior de la casa, cuando una súbita corriente
de aire frío la sobresaltó. Entonces fue cuando la notó detrás de
ella. Una presencia helada y vacía, como si de un fantasma se
tratase. Intentó gritar, pero la exclamación quedó ahogada en su
garganta. Una joven de veinte años, de pelo blanco como la nieve
recién caída y ojos azules como el hielo le sostenía una mirada
vacía. Una mirada que no veía. Y comenzó a cantar con una voz
dulce y plañidera, que hizo que Rowena casi cayese en un profundo
sueño. Casi. Eso fue lo que falló. Estando la joven fantasma en un
extraño trance mientras cantaba Rowena pudo gritar. Eso la salvó.
La encontraron desfallecida en el suelo, pero viva. Le contó todo lo
que había ocurrido a Gonnar y decidieron salir en busca de aquel
espíritu. Y así es como llegaron a los pies del imponente castillo.
-¿Alguna
idea, Gonnar?- preguntó por segunda vez la joven, intentando
disimular la ansiedad.
-Estaba
pensando en... pasar la noche aquí fuera. Lo he pensado mejor y dudo
que sea buena idea entrar ahí.
-Moriremos
congelados.
-Mejor
morir así que sin saber de qué manera lo has hecho.
-Quiero
saber razones por las que murió mi hermana. Y si muero congelada no
las obtendré.
-El
fantasma acudirá hoy. Y lo sabes.
Rowena
cerró los ojos con fuerza y emitió un largo suspiro.
-Está
bien. Quedémonos fuera.
Encendieron
un fuego y se acercaron a él, extendiendo las manos hacia el calor
que emanaba la hoguera. De un zurrón extrajeron dos trozos de pan y
una pequeña porción de queso. Fundieron un poco de nieve y se la
bebieron en cortos tragos. Repartieron los pocos alimentos que les
quedaban y se quedaron comiendo en silencio. A las pocas horas,
cuando el cielo ya estaba oscuro y las estrellas asomaban tímidas
entre las nubes y empezaba a nevar copiosamente, Rowena se hizo un
ovillo dentro de su capa para ahuyentar a la implacable sombra del
frío y Gonnar comenzó a temblar. Y, entonces, proveniente de la
torre más alta del castillo situado sobre el acantilado, una voz
comenzó a cantar y en la ventana del baluarte se asomó una figura
blanca, de cabellos blancos como la espuma del mar y contornos
difusos. Rowena chilló con todo el aire de sus pulmones, espantando
a los pájaros que habitaban los árboles, pero Gonnar le tapó la
boca con la mano.
-¡No
grites! Nos oirá.
-Demasiado
tarde- dijo la chica con un susurro aterrorizado. La sombra blanca
flotaba a una velocidad anormal y vertiginosa hacia ellos, que se
levantaron y echaron a correr en dirección opuesta al castillo que
había sobre el acantilado. Rowena dirigió una mirada hacia el gris
arco natural que formaban las rocas y, por un momento, creyó
distinguir extrañas figuras en la niebla. Sin pararse a pasar en las
consecuencias se paró en seco.
-Rowena,
muévete. Viene a por nosotros- la urgió Gonnar. Pese a ello la
joven siguió sin moverse, con los ojos dilatados por el horror.
-Gonnar...
Gonnar... dios mío, Gonnar.
-¿Qué
ocurre?
-La
niebla... la niebla no es lo que parece ser.
El
joven se fijamente en la bruma que envolvía el lugar y entonces se
dio cuenta que no era ningún fenómeno atmosférico. Esa niebla
estaba allí siempre. Porque no era niebla. Eran fantasmas. Los
espíritus de las chicas jóvenes desaparecidas, a las que les habían
arrebatado el alma. Se la habían arrebatado de su cuerpo, dejando a
estos como unos simples sacos de huesos y músculos. En ese momentos
todos los espíritus empezaron a cantar y la Dama Blanca se acercó
sigilosamente. Un lobo aulló en la lejanía y Rowena lo interpretó
como una llanto por las próximas muertes de esas dos jóvenes almas
que ellos eran. Cuando la Dama Blanca comenzó a cantar ambos
viajeros comenzaron a caer en un profundo sopor. Sus cuerpos eran
cada vez más ligeros y perdían corporeidad. Antes de cerrar los
ojos, Rowena vio el perlado gris de sus brazos difuminándose hasta
fundirse con la blanca nieve. Después de eso, creyó intuir cómo
una sonrisa y unos ojos conocidos la observaban, acercándose cada
vez más.
-¿Por
qué?- sus labios articularon esas últimas palabras, requiriendo un
gran esfuerzo, para después volver a sellarse en una mueca de
forzada sumisión.
-Me
arrebataron la vida antes de casarme. Creo justo que algunas de las
jóvenes casaderas también la pierdan antes de su gran día.
-Es
una crueldad- espetó Gonnar, esbozando una mueca de dolor, ya que
cada palabra que sus delgados labios emitían le producía un dolor
indescriptible. La Dama Blanca esbozó una amarga sonrisa, pero
guardó un inquietante silencio. Rowena quería gritar, exigir que le
devolviesen lo que le estaban arrebatando pero, finalmente optó por
rendirse. Cuando por fin sus párpado se unieron entendió que era lo
que le deparaba el destino desde un principio. Había buscado a su
hermana, había prometido encontrarla y estar junto a ella. Y lo
había cumplido, pero no de la manera que ella había planeado.
Ninguna de ellas regresaría a casa. Ella, que ya había escapado de
la Dama Blanca en una ocasión, se uniría a su ejército de almas
perdidas y desesperadas. Cuando lo comprendió se abrazó al espíritu
de lo que una vez fue su hermana y se dejó llevar.
Nadie
volvió a saber de Rowena ni de Gonnar. A este último, ni la joven
volvió a verlo. Era un misterio lo que la Dama Blanca hacía con las
almas de los hombres.
No
hubo cuerpos, ni sangre, ni signos de pelea. Después de esta última
desaparición, nada volvió a ocurrir. Todo el mundo siguió con su
vida desconociendo que eran vigilados por un ejército de almas de
perlas. No lo sabían. Pero lo intuían.
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